El PRD hoy: Entre la historia y la utopía de la izquierda mexicana

Tlahui-Politic 10 II/2000. Información enviada a Mario Rojas, Director de Tlahui. México, a 9 de Julio, 2000. Mario: Te mando el documento prometido sobre "El PRD hoy: Entre la historia y la utopía de la izquierda mexicana", ojalá les sean útiles y espero sus comentarios. Saludos. Arturo Ramos.

1. No obstante que somos las mujeres y los hombres concretos quienes hacemos la historia, ella misma se encarga de establecer los límites y las necesidades que todo proyecto contiene en sí en cada momento específico, obligándonos a enfrentar ese destino potencial que hemos construido entre todos. El punto medular en la coyuntura actual, representado por la conclusión del proceso electoral del 2000 este 2 de julio, nos coloca en la necesidad irrevocable de discutir organizadamente acerca del futuro y el presente de la izquierda nacional, del gran valor que aun puede tener en el tiempo moderno mexicano para pensar y promover un proyecto de nación alternativo y viable que permita que nuestro pueblo realice sus esperanzas más auténticas.

En este sentido, discutir al PRD, dentro y fuera del PRD, significa discutir a la izquierda en su conjunto: al EZLN y demás expresiones del zapatismo, al cardenismo popular que gravita alrededor del PRD pero que no se restringe a las fronteras partidarias, a las múltiples ONG's dedicadas a atender asuntos ecológicos, de la mujer, del respeto a las diferencias sexuales, etcétera, a los comités de defensa de los derechos humanos, a las organizaciones populares, sectoriales y comunitarias del campo y la ciudad, a los intelectuales, pensadores y académicos críticos y comprometidos, a los grupos de luchadores sociales que a pesar de sus diferencias tácticas y estratégicas se hallan de este lado de las barricadas, y en fin, a todos los hombres y mujeres honestos que no pueden ser indiferentes ante la injusticia, la falta de democracia y la exclusión de millones de mexicanos del derecho a una vida plena e integral.

Y discutir al PRD implica también discutir crítica y autocríticamente la historia de la izquierda y de las luchas populares de las últimas décadas, así como la utopía que ha nutrido sus acciones, es decir, los proyectos políticos en que ha basado su identidad y su relación con la gente real que forma esta nación. Por todo esto, el reto de discutir abiertamente y sin exclusiones el futuro y presente del PRD puede ser entendido como una tarea histórica de quienes portan en su experiencia vital, cualquiera que sea la generación a que pertenezcan, las huellas de esta honorable forma de pensamiento y de vida.

Contexto histórico e internacional

2. Definir hoy el camino a seguir por la izquierda y el PRD exige comprender los elementos centrales del contexto internacional e histórico. Por ello y a pesar de que aun prosigue el debate acerca de los contenidos y significados de relevantes fenómenos contemporáneos como la globalización y el neoliberalismo, necesitamos acercarnos a un marco conceptual que nos ofrezca una base mínima de explicación en torno a este problema, toda vez que si no lo hacemos resultará difícil superar las inconsistencias de nuestros discursos y propuestas, anclados en buena medida en una realidad que se ha alterado significativamente, a veces casi sin darnos cuenta. Así, debemos entender la diferencia que existe entre estos dos factores que aparecen como los ejes de la actual reestructuración del capitalismo mundial y del Estado contemporáneo: mientras que la globalización alude al proceso histórico que hoy nos envuelve y que, más que expresión de la voluntad precisa de quienes tienen en sus manos el poder económico y político, es resultado de las luchas y los conflictos que han tenido lugar a lo largo del siglo XX, por su parte el neoliberalismo no es sino precisamente la estrategia global con la que el gran capital y las élites gubernamentales pretenden integrar a las naciones, las comunidades y los individuos a la globalización en una forma que favorezca su posición y sus intereses por un largo tiempo.

En efecto, la globalización representa la nueva fase del desarrollo capitalista, el largo siglo XXI que ya ha comenzado y que también podría ser denominado como del segundo imperialismo; una nueva modalidad de la acumulación del capital y de las formas de estructuración de la política y la cultura en todo el mundo y que empezó a tejerse desde mediados del decenio de los setenta. Si bien no hay una desaparición de los rasgos esenciales del modo de producción capitalista, si se han modificado radicalmente y han dado lugar a un cambio de fase, dejando atrás muchos de los componentes que caracterizaron al primer imperialismo desplegado a lo largo del siglo XX (1874-1974), imperialismo que fue caracterizado por importantes pensadores y políticos marxistas y no marxistas.

Sintetizando, podemos establecer los cinco principales campos en que se manifiesta la globalización: a) la mundialización de la economía, b) la tercera revolución científica y tecnológica, c) la crisis del Estado-nación y la integración regional, d) el nuevo orden político internacional y e) la cultura global. Puntos que hacen alusión a problemas como la nueva alianza entre el capital transnacional y el Estado internacionalizado regional que poco a poco va sustituyendo a la ya vieja figura del Estado-nación, la mayor interdependencia de las economías nacionales en el mercado mundial, la financiarización de los procesos económicos, la integración de varios países en macrorregiones hegemonizadas por las grandes potencias que se disputan el predomino mundial (la Unión Europea, la Cuenca del Pacífico y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte), la desindustrialización y terciarización de las economías nacionales; también a la aceleración de innovaciones científicas y tecnológicas como la robótica y la informática que acentúan la automatización del proceso productivo, la expansión de las telecomunicaciones que globalizan la cultura y comunican al mundo entero, el desarrollo de nuevos materiales, la biotecnología, el impacto que todo ello tiene en la producción y en la vida cotidiana, en especial al propiciar la flexibilidad como patrón generalizado del proceso de trabajo.

También implican la transformación inicial del Estado-nación y la emergencia de nuevas formas de articulación territorial y económica en macrorregiones y microrregiones, la sustitución de la regulación estatal por la regulación monopólica en todo el mundo, el fortalecimiento de la hegemonía a partir de zonas de influencia bien acotadas; por otro lado, igualmente tienen que ver con el fin del bipolarismo de la postguerra que dividió al mundo en capitalismo y socialismo, la crisis de la hegemonía de los Estados Unidos ante el embate de sus competidores, la desarticulación y el debilitamiento de los organismos internacionales (GATT, hoy OMC, ONU, y demás). Y finalmente con la integración cultural a escala mundial, la creación de códigos y referencias culturales provenientes de todas partes, la desterritorialización, el despliegue de expresiones culturales híbridas, etcétera.

3. Si bien la globalización, como hemos señalado, no se restringe a la simple voluntad materializada de quienes dominan el mundo actual y significa más bien el escenario objetivo donde seguirán teniendo lugar, aunque bajo una nueva forma, la lucha de clases y la confrontación de proyectos de sociedad, el neoliberalismo, por su lado, simboliza la nueva estrategia global de dominación desplegada en las últimas décadas por las grandes corporaciones transnacionales y las burocracias políticas en correspondencia con las exigencias y posibilidades que abre la globalización, la que bajo su predominio se vuelve profundamente excluyente y polarizante para la mayoría de la población del planeta. Sin embargo, el neoliberalismo no sólo se puede observar en las dramáticas políticas impulsadas en este periodo, sino también en el pensamiento en que se fundamentan; es decir, que se trata de una voluntad organizada teórica y prácticamente para el ejercicio de la dominación y la hegemonía. Así, el objetivo nodal del neoliberalismo es el desmantelamiento de las relaciones sociales articuladas alrededor del Estado social (también conocido como Estado providencia, Estado benefactor o Estado del bienestar) surgido con el imperialismo y que alcanza su forma más acabada en el periodo de la postguerra, y su sustitución por un Estado neoliberal o del ultraliberalismo económico que adopta formas más precisas en el nuevo contexto de las regiones económicas. Y a la vez es su propósito el constituirse en la nueva y absoluta expresión de la ideología dominante.

Por ejemplo, el neoliberalismo incorpora una renovación del individualismo utilitarista que cierra cualquier conexión con un sentido más social y colectivo de la naturaleza humana, que aboga por la separación de los sujetos individuales como única forma de construcción de una identidad y de una explicación de la vida misma, ante lo cual la existencia de cualquier proyecto comunitario, desde los sindicatos hasta el mismo Estado social, aparece como un elemento de opresión del individuo, además de hacer un reconocimiento explícito de la necesidad de la desigualdad y la inequidad como valores positivos que garantizan el desarrollo y la sobrevivencia de la humanidad. La desigualdad es vista, entonces, como una compañera inseparable de la libertad, restringida ésta a la supuesta libertad de mercado donde las personas se asumen como simples mercancías. Por lo tanto, toda interferencia de las clases y sujetos sociales subordinados en la toma de decisiones nacionales e internacionales, como relativamente llegó a suceder en el Estado social, es considerada como contraria al buen funcionamiento de la sociedad y el Estado, por ello el principio de la democracia es sustituido por el de la gobernabilidad y el de la soberanía popular por el cosmopolitismo de las grandes empresas capitalistas y sus servidores, abandonando así los grandes valores de la modernidad que cimentaron el desarrollo histórico de los últimos siglos en buena parte del mundo pese a sus limitaciones y contradicciones, valores como los de libertad, justicia, democracia, igualdad, etcétera.

Este pensamiento pleno de egoísmo e indiferencia es sostenido hoy por las filosofías del pragmatismo norteamericano igual que por las distintas expresiones del posmodernismo en occidente, por las concepciones económicas neoclásicas y monetaristas, así como por las teorías del individualismo radical, el neocontractualismo y el neoconservadurismo político. Los cuales se han constituido en el fundamento de la ofensiva neoliberal que ha sufrido el mundo entero a partir de la década de los ochenta; desde la política de la Tatcher en Gran Bretaña y de Reagan y Bush en los Estados Unidos, hasta el diseño e imposición de los modelos de desarrollo y ajuste del FMI y del Banco Mundial, pasando por la radical adopción de las consignas neoliberales en América Latina y en menor medida en África y Asia. Ofensiva que se ha centrado en el desmantelamiento de los resabios del Estado social (el Estado social autoritario en el caso de México y de la mayoría de las naciones del tercer mundo), como son todas las responsabilidades públicas referidas a la salud, la educación, el trabajo o bien al desarrollo y la protección de los sectores estratégicos, pero también en el asalto a las condiciones de vida y de trabajo del proletariado moderno, de los contratos colectivos, la seguridad laboral, los salarios, el empleo, la sindicalización, etcétera.

Entonces, el neoliberalismo adquiere el rango de la nueva forma de ser de la dominación y la hegemonía del capital sobre el trabajo, y es, en consecuencia, el nuevo programa y la nueva estrategia de quienes poseen el poder económico y político contra el mundo del trabajo y contra sus esperanzas de cambio y realización individual y colectiva. Representa el mayor peligro para la humanidad y nos enfrenta a los hombres y mujeres a la disyuntiva de resistir y construir alternativas de lucha o simplemente perecer en el sentido social, en el sentido histórico y utópico.

4. Estos fenómenos sociales, la globalización y el neoliberalismo, han provocado múltiples modificaciones en las formas de ser y actuar de la gente real y concreta; su impacto ha llegado a todas las fibras del tejido social, sea en el terreno económico y social o en el político y cultural. Pero entre los muchos cambios que están ocurriendo en este fin de siglo, uno de los más significativos se refiere a la crisis de las formas tradicionales de organización social y política y a la emergencia de nuevos sujetos sociales. Asunto que tiene que ver con los efectos que han tenido sobre la conciencia y el ánimo de los ciudadanos del mundo globalizado, la crisis del Estado social, la derrota de los trabajadores y sus proyectos políticos, el fracaso de la experiencia del socialismo real, y la llamada revolución cultural desplegada mundialmente desde la convulsión social de 1968, todo lo cual ha hecho caer o cuestionar los paradigmas y modelos que un día predominaron en la mayoría de los pueblos e individuos del siglo veinte.

Por lo tanto, lo que ha sucedido es que los integrantes de la moderna sociedad civil y en especial quienes se ubican en los diferentes sectores del mundo del trabajo han perdido la confianza en instituciones fundamentales como son los partidos, los sindicatos, las instancias del corporativismo estatal, las escuelas, las iglesias y a veces hasta la misma familia tradicional; la gente ha dejado de identificarse mínimamente con estos organismos y ha caído en el marasmo o se ha movido hacia formas emergentes y en buena medida difusas para suplir las opciones abandonadas. Este fenómeno ha sido acompañado de una mayor diversificación de los agregados sociales, ante lo cual el concepto de clase social si bien no se ha vuelto obsoleto pues la realidad aun lo sigue reivindicando en el desarrollo y las contradicciones actuales del modo de producción capitalista, sin embargo si se ha manifestado insuficiente para explicar las formas vigentes de la acción social y del quehacer político, incorporando elementos explicativos como el de los nuevos sujetos sociales, que hacen alusión a las formas de identidad y participación que se presentan en el interior de las grandes clases sociales (la burguesía y el proletariado o mundo del trabajo), es decir, a la condición de especificidad objetiva y subjetiva y de sentido de pertenencia de grupos étnicos, mujeres, homosexuales, comunidades, organizaciones no gubernamentales, expresiones culturales restringidas, movimientos sectoriales y plurisectoriales, nuevos intelectuales, etcétera.

De esta manera, la crisis revelada en la falta de credibilidad de las instituciones, que también se explica por el vaciamiento de la democracia formal en los países desarrollados y el encumbramiento de una política al estilo del showbussines y del marketing estadounidenses, ha colocado a los partidos democráticos vinculados a la proyección política de las utopías de quienes componen el amplio mundo del trabajo, ante el reto de ajustar su discurso y sus formas de organización y funcionamiento a las nuevas expectativas y necesidades de la gente real que se debate en la integración excluyente de la globalización, hoy por hoy comandada por los estrategas neoliberales.

5. En este contexto, un aspecto que ha saltado a la palestra mundial y nacional como indicativo de los nuevos tiempos (aunque siempre ha sido parte de la realidad moderna y ha dado lugar a destacadas polémicas en los círculos políticos y teóricos) es el que tiene que ver con la caracterización del poder en tanto expresión concentrada de las intencionalidades y las capacidades de las clases sociales y de los proyectos políticos para hacer valer su concepción del mundo sobre los demás. Efectivamente, la vieja idea de que el poder se centraliza en el Estado (entendido meramente como aparato de Estado) y en la vida política institucional se ha visto cada vez más imposibilitada de responder a los problemas que la hegemonía y la dominación de los dueños del capital sobre el resto de la población producen en el mundo real. Dicha creencia ha hecho que los esfuerzos de organización y proyección política alternativos se concentren en los espacios cada vez más acotados del institucionalismo arbitrario, que se aleja de la democracia real y de la ciudadanía efectiva y la sustituye con una artificialidad pasiva que reduce a los individuos y las colectividades a meros comparsas de una técnica de gobernabilidad desde arriba y del imperio de una lógica falsa de libre mercado.

Este proceso de despolitización de la vida pública y social y de imposición de una democracia regimentada y vacía, trae a colación la urgencia de trascender la concepción limitada del poder a la vida política institucional y el Estado, y alcanzar una visión donde el poder se enlaza a la cultura, a la vida cotidiana y a los espacios multiformes y flexibles en los que se materializa la sociabilidad y las formas de identidad de la gente real. Entonces, sin dejar de ocupar los canales institucionales en que se desenvuelve la acción política tradicional, las organizaciones alternativas de los trabajadores, y en primer lugar los partidos que se reivindican como sus representantes relativos, se verían obligados a derivar su principal actuación hacia la construcción de una conciencia liberadora arraigada en las maneras simples en que las mujeres y los hombres ejercen su identidad y su vida material, donde su individualidad adquiere sentido al acoplarse a las formas concretas y diversas de la vida comunitaria, dotándolos del carácter de verdaderos sujetos sociales hacedores de su propia historia y de actores políticos autorganizados. Así, la democracia desde abajo y la proyección de alternativas de resistencia y desarrollo social contrarrestarían la estrategia global de dominación y hegemonía que el neoliberalismo ha impuesto en este fin de siglo en todo el mundo.

Coyuntura política y contexto nacional

6. Entender al México actual, del que forman parte tanto quienes representan la fuerza opresora que ha debastado las enormes potencialidades de esta nación en alianza estrecha con los grandes capitales extranjeros, como quienes hemos sido despojados sistemáticamente de todo bien pasado y futuro y que sostenemos con nuestro trabajo la leve esperanza de volver a hacer nuestra propia historia como pueblo independiente, nos obliga a identificar mínimamente el espectro de la ofensiva neoliberal que se ha impuesto en el subcontinente latinoamericano. De ahí que se torne indispensable resumir los rasgos del modelo de sociedad que ha arrojado en los dos últimos decenios los peores saldos sociales en la historia de este territorio.

La fuerza de los designios de los organismos financieros internacionales como el FMI y el BM, estrechamente vinculados a los intereses y la óptica de las empresas transnacionales y de las grandes potencias, han generado fenómenos como los siguientes: el abandono de las políticas de desarrollo nacional autónomo y de intervención estatal, la apertura indiscriminada de los mercados internos a los productos extranjeros y a los capitales externos, el ajuste fiscal y monetario a costa de un enorme rezago social, el estancamiento productivo, las crisis permanentes del crecimiento económico, la creación de empresas gigantes que concentran la riqueza social y se vinculan a los circuitos mundiales de la producción y el consumo, la presencia de estructuras agrícolas arruinadas, el incremento sustancial de la pobreza y de la extrema pobreza, la renuncia a la responsabilidad del Estado en las áreas educativas, de la salud, del empleo y demás, la conversión de toda función social en un objeto de mercado, el autoritarismo revestido de democracia formal, la exclusión de grandes contingentes sociales de la cultura, el bienestar y las decisiones políticas, la sumisión a los acuerdos supranacionales y la pérdida de la soberanía nacional y popular, el despojo de las expresiones culturales y de identidad propias y diversas y la imposición de modelos cerrados y excluyentes, la generalización de procesos de enajenación y control a través de los medios masivos de información, etcétera.

Este panorama ha procreado situaciones de intensa inconformidad y conflictividad sociales y ha puesto en evidencia las limitaciones históricas del proyecto neoliberal, cuya eficiencia práctica no ha estado en ningún momento a la altura del poder ideológico con el que ha infestado las políticas gubernamentales y empresariales, y con el que en ocasiones ha alcanzado la misma conciencia popular y los proyectos partidarios y sociales alternativos. Esta problemática, sumada a los efectos del derrumbe del socialismo real y de la victoria aparente del capitalismo mundial sobre el pensamiento y la acción de la izquierda latinoamericana, ha dado lugar a crisis fuertes y revisiones profundas de los proyectos políticos de las organizaciones democráticas y socialistas del subcontinente. Y al mismo tiempo, como producto de las contradicciones existentes entre el clásico autoritarismo oligárquico y las dictaduras de América Latina con el contexto mundial de modernización económica y política, las reformas de los Estados latinoamericanos hacia su democratización relativa han propiciado procesos de ajuste en el quehacer político de los organismos partidarios y de la sociedad civil, que han alterado el contexto de la lucha social y la formación de los nuevos sujetos sociales, entre los cuales la izquierda no ha dejado de estar presente y activa.

7. En efecto, en las postrimerías del siglo XX, sectores destacados de la izquierda de América Latina si bien han sufrido transformaciones fundamentales, a veces decididas autónomamente y a veces impuestas por la realidad, han mantenido una dinámica acorde con los movimientos de la sociedad y con la disputa real por el poder en su seno. En algunos países importantes de América Latina se ha ido presentando un avance electoral de la izquierda reformista y democratico-social, muchas veces enlazada con sectores y movimientos más críticos y revolucionarios, que ha activado los focos rojos de quienes comandan los planes geoestratégicos en los Estados Unidos; estos casos han sido los de México con el PRD, Uruguay con el Frente Amplio y sus aliados, Argentina con el FREPASO coligado con el Partido Radical, Brasil con el Partido del Trabajo, y Chile con la alianza gubernamental encabezada por un miembro del Partido Socialista, además, por supuesto, de otros casos significativos aunque radicados en países más pequeños como son el Frente Sandinista en Nicaragua o el Frente Farabundo Martí en El Salvador, así como ejemplos menores en Sudamérica. Por otra parte, en la segunda mitad de esta década hemos sido testigos de la emergencia de muy significativas experiencias y proyectos de una izquierda social renovada que han puesto en jaque a muchas de las líneas nodales del neoliberalismo en sus territorios, como son los casos del EZLN y el zapatismo en México, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, y las ONG's y las organizaciones sociales y comunitarias en todo el continente.

De lo anterior se ha desprendido la necesidad de Estados Unidos y de los grupos de poder económico y político locales, de contener estos avances electorales y disminuir la presencia y extensión de la izquierda social renovada; necesidad de la cual se ha derivado una estrategia global con múltiples enfoques que se ha puesto en ejercicio desde 1997 y que ya ha dado frutos al derrotar al PT en Brasil y concitar una alianza multicolor en torno al presidente Cardoso, al revertir en la segunda vuelta el triunfo del FA en Uruguay promoviendo la conciliación entre los dos inconciliables partidos tradicionales en 1999, al poner en verdadero riesgo el triunfo de la alianza gubernamental en Chile y apostar por el pinochetismo (como una especie de mal menor coyuntural) dividiendo a la Democracia Cristiana y saboteando la campaña electoral, estrategia que finalmente no logró impedir la victoria de Lagos; pero al mismo tiempo tuvo que aceptar el triunfo nacional y regional del año pasado de la alianza entre el FREPASO y el PR en Argentina que sacaron del gobierno al menemismo, rostro local del neoliberalismo latinoamericano, y el avance sustancial del PRD en el gobierno del Distrito Federal, en la cámara de diputados y en algunos gobiernos estatales en alianza con otras fuerzas políticas en 1997 y 1998. No cabe duda de que en esta estrategia continental el caso más significativo es el de México y el PRD, razón por la cual, las elecciones del 2000 en nuestro país han representado un interés central de la gran potencia del norte.

Pero al mismo tiempo, y a veces con mayor énfasis, se ha buscado contrarrestar la resistencia organizada de la sociedad civil en Latinoamérica mediante todos los recursos al alcance, incluyendo la intervención militar abierta o solapada; en este sentido, la ofensiva del ejército, de los gobiernos estatal y federal, de la jerarquía eclesiástica y el Vaticano, y de los medios de información contra el EZLN y las comunidades indígenas de Chiapas ha constituido el mejor ejemplo, toda vez que esta experiencia de lucha social ha adquirido un carácter fundamental y prioritario dentro de esa estrategia global; cosa semejante a la virulencia con que han sido tratados diversos movimientos y organizaciones sociales en las naciones mencionadas.

En este contexto, la relación difícil entre los proyectos nuevos y viejos de la izquierda y los pueblos latinoamericanos en proceso de transformación, se ha reflejado en el distanciamiento de las propuestas que tuvieron vigencia en el pasado y que respondían a otra realidad, lo cual sin embargo no en todos los casos ha significado una rendición ante la fuerza de los enemigos. Pero igualmente y en concordancia con lo que ha sucedido en Europa, una parte de la izquierda más institucional se ha transfigurado en comparsa de un neoliberalismo suavizado y de una tercera vía que no logra transparentar el curso que supuestamente conduce a un mejoramiento real de las condiciones de vida de las mayorías de las naciones latinoamericanas, todo lo cual ha obligado a los diferentes proyectos a poner mucho más cuidado en las orientaciones programáticas y estratégicas que sustentan su presencia en la región y en sus propios países como verdaderas alternativas en el contexto de la globalización y el predominio del neoliberalismo.

8. A la luz de este horizonte histórico, el nuevo tiempo mexicano entró en una coyuntura amplia que ha marcado el devenir de los sujetos y las clases sociales, así como de sus luchas. El periodo que va de 1988 a 1994 y después al 2000, ha representado una coyuntura específica donde la sociedad en movimiento y la organización de la izquierda nacional han tenido que desarrollar una audacia y poner en práctica una iniciativa especiales, ya que el enemigo ha logrado trascender hasta cierto punto las modalidades rígidas en que se expresaba de manera absoluta en el tiempo anterior; esto es, que desde los años ochenta, por decir lo menos, la estructura del sistema político basado en la identificación plena del partido oficial y el gobierno, si bien no desapareció sí entró en un marco más flexible y disperso, que incluía la reactivación de otros organismos y proyectos en representación de los intereses del capital y la derecha tradicional, como han sido los casos de partidos como el PAN, las organizaciones empresariales o la ofensiva de la jerarquía eclesiástica; y por otro lado, la exigencia externa de modernización y cambio estructural de la economía obligó a la burocracia política a debilitar los vínculos del corporativismo y de la vieja guardia política, y a subsanar las tensiones prevalecientes entre el discurso de la revolución mexicana y los intereses de una integración con los Estados Unidos mediante el abandono del primero, que a su vez significó la ruptura del pacto histórico en que se sustentó el desarrollo del México moderno y su Estado.

A partir de estos elementos de desestructuración y reestructuración de la vida política y social, la conflictividad entre los distintos proyectos de nación se centró en el surgimiento de movimientos de resistencia social que se derivaban de sus antecesores de los años setenta y principios de los ochenta, y de la aparición de alternativas de mayor convocatoria resultantes de la confluencia de la izquierda existente y de las rupturas del partido oficial. Sin olvidar los antecedentes inmediatos de la movilización popular y solidaria del 85, después de los sismos que conmovieron a la ciudad de México, y del movimiento estudiantil y universitario de 1986-87 en la UNAM, así como los intentos de resistencia y coordinación sindical con base en el SME y otras organizaciones de trabajadores, fue el proceso electoral y la candidatura de Cuauhtemoc Cárdenas en 1988 los que lograron aglutinar a conglomerados muy amplios de ciudadanos de todo el país en una movilización por el voto y después promoviendo la resistencia civil ante el fraude y la represión. Con ello, la atomización y marginalidad de la izquierda y el aislamiento y localización de los movimientos y las luchas sociales transitaron hacia una perspectiva de acción más extensa y generalizada, lo cual era manifestación tanto de las nuevas formas de ser de las clases y los sujetos sociales, como de las presiones de una coyuntura apenas iniciada.

Después de una resistencia incansable del nuevo PRD y del cardenismo contra la represión del gobierno de Salinas de Gortari, así como de un avance electoral del PAN y de su política de concertación cupular y a espaldas de la nación para convalidar las políticas neoliberales del gobierno priista, en 1994 tuvo lugar el mayor ejemplo de insurrección del mundo del trabajo en nuestro país, que materializaba al mismo tiempo una inconformidad latente de largo tiempo de los indígenas de Chiapas y una nueva propuesta de resistencia y organización alternativa, colocada en la dimensión espacial y temporal de la globalización y el neoliberalismo. El levantamiento de los indígenas zapatistas consiguió expresar un malestar y una iniciativa social de quienes siempre se han hallado en la base de la sociedad y lejos de ser tomados en cuenta a la hora de definir prioridades del desarrollo, iniciativa que se articuló con buena parte de la labor previa del cardenismo popular y de las ONG's y las organizaciones sociales. Esta insubordinación de los de abajo y este cuestionamiento radical de las relaciones de mando-obediencia coincidieron con toda claridad con la descomposición evidente del sistema político, expresada en los asesinatos de Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, que por un lado dejaban ver los conflictos internos del bloque de poder, de la élite gubernamental y empresarial, y por otro el interés de los tecnócratas por alargar su predominio en las altas esferas del poder.

Así, en este marco de coyuntura, el 2000 se presentaba como la culminación del periodo corto en que gravitó la lucha de la sociedad civil y de los proyectos orgánicos de la izquierda, pero también la transición hacia la sustitución del sistema de partido de Estado por otra modalidad de dominación y hegemonía más dispersa y flexible, que buscaba abrir el abanico de actores y propuestas para reforzar la posición del gran capital nacional y extranjero en nuestro país en el nuevo contexto mundial.

9. Sin embargo, como una especie de subetapa de la coyuntura amplia de 1988-1994-2000, existe el corte que va de 1997 al 2000, que significa una coyuntura electoral y de insurgencia social más específica. El triunfo de Cárdenas en la Ciudad de México y el avance del PRD en la Cámara de diputados y en los gobiernos de algunos estados en 1997, abrió una posibilidad de derrumbe del PRI en las elecciones del 2000 en beneficio de la izquierda y de los movimientos populares, lo cual podía ser reforzado con la lucha de los zapatistas a través de la consulta nacional por los derechos de los pueblos indios (organizada junto con la sociedad civil entre diciembre de 1998 y marzo de 1999), y con el movimiento estudiantil y las movilizaciones y la coordinación potencial de maestros y electricistas en 1999. De ahí que se tejió una estrategia global contra las dos fuerzas principales de la izquierda mexicana, el PRD y el EZLN, y contra sus bases de apoyo nacional, que consistió en golpear sistemáticamente al PRD y al gobierno del Distrito Federal y en aislar y desgastar al EZLN. Estrategia donde la huelga de la UNAM jugó un papel importante al radicalizar las posturas y meter en una trampa al movimiento estudiantil y universitario y afectar al PRD en la coyuntura, al mismo tiempo que se arrinconaba al EZLN en sus zonas de influencia y se rompía parte de sus vínculos con el zapatismo civil y sus organismos de apoyo.

Paralelamente, además de una coincidencia cada vez mayor entre el PAN y el PRI-gobierno en asuntos como el FOBAPROA o el presupuesto de egresos, que dejó en el olvido el acercamiento original de la oposición en su conjunto en 1997 (y en menor medida en 1994) ante la pérdida de la mayoría de la Cámara de diputados por el PRI, se fue preparando un proceso de mediatización de la opinión pública y de los ciudadanos que explotaría mecanismos como el voto del miedo (aprovechando la resistencia zapatista, los actos de represión como el de Acteal o el del Bosque, o la huelga de la UNAM), el manejo de las campañas con un perfil basado en la manipulación del marketing y el uso irrefrenado de recursos ingentes y de origen dudoso por parte del PAN y del PRI, la utilización de la maquinaria del corporativismo del Estado y del partido oficial que no había desaparecido del todo, la cooptación de intelectuales y políticos de izquierda al carro de la alternancia a toda costa y del voto útil, así como de individuos y grupos de interés en el interior del propio PRD, la obstaculización de una alianza de transición democrática formal del PRD, el PAN y la sociedad civil en condiciones favorables a la izquierda, o por otro lado, de una alianza con el EZLN y la sociedad civil en un proyecto de poder popular, etcétera. Proceso que terminaría con la aceptación de la opción de gobierno panista como la mejor propuesta de renovación de la hegemonía del gran capital en nuestro país y el triunfo amplio del PAN en las elecciones del 2 de julio de este año.

La izquierda mexicana: entre la historia y la utopía

10. Recuperar la memoria sigue siendo una tarea indispensable para forjar nuevos derroteros para la izquierda mexicana, y en este sentido, poder establecer una periodización de su historia moderna puede ser altamente benéfico. Con el afán de no forzar en exceso los tiempos de constitución de la nueva izquierda nacional podríamos ubicar tres fases diferenciadas en el periodo que va de 1968 a la fecha: una primera de construcción y definición política (1968-1988), una segunda de inserción institucional, resistencia social y renovación política (1988-2000) y una tercera que apenas está por iniciarse y que se concentra en la consolidación orgánica y en la apertura de horizontes de cambio (2000-?).

Para poder identificar correctamente las dimensiones del 68 para la reorientación de la izquierda, vale señalar que además de los factores internacionales que repercuten en ese momento crítico como son la muerte de Stalin y el XX congreso del Partido comunista de la Unión Soviética, el debate entre la China de Mao y la URSS por la hegemonía ideológica en el mundo socialista, la revolución cubana, las represiones en Polonia, Hungría y Checolslovaquia, la liberación de Argelia, la guerra de Vietnam, las luchas armadas de centroamérica, los movimientos antisistémicos en Estados Unidos y Europa, la revolución cultural mundial del 68, etcétera; también van a ser parte de la explicación algunas experiencias políticas nacionales como el movimiento ferrocarrilero de 1958 y la ruptura de José Revueltas y de otros importantes militante en la década de los sesenta, que pondrá en el centro de la palestra el debate acerca de la desvinculación de los proyectos socialistas y de la izquierda en general respecto de la ideología de la revolución mexicana, del nacionalismo revolucionario, del populismo autoritario y del reformismo de Estado.

En este tenor, la izquierda avanzaría por la ruta de la independencia ideológica y de una mayor autonomía respecto de los centros mundiales de la política comunista y socialista, pero al mismo tiempo bajo el manto de una profunda revisión programática en búsqueda de su identidad histórica. Al llegar a 1968, prácticamente la única organización con una estructura y una trayectoria significativas era el Partido comunista mexicano, sin embargo, ya habían iniciado sus primeros pasos las corrientes espartaquistas, maoistas, trotskistas, leninistas, anarco-sindicalistas, cristianas radicales de izquierda, simpatizantes de la ideología y los métodos de la revolución cubana, nacionalistas revolucionarias de nuevo tipo, foquistas y por la lucha armada, etcétera. Ese año crítico que marcaría el principio de la reconstitución de la izquierda, permitió converger a estas expresiones políticas con la emergencia de nuevos movimientos sociales, entre los cuales la culminación se presentó con la lucha estudiantil y popular que se convertiría en parteaguas de la historia más moderna de México, movimientos que en su seno contaría con el ascenso de nuevos sectores y clases sociales, tales como la pequeña burguesía ilustrada, el nuevo proletariado industrial y urbano, los grupos de colonos y pobladores de las periferias metropolitanas, la intelectualidad, etcétera.

Como quedaría más tarde comprobado, la izquierda puso en cuestionamiento muchos de los paradigmas y modelos con los que había normado su acción política, y en este proceso abrió la discusión en lo que se refiere a sus objetivos, sus métodos de organización y lucha, sus formas de relación con las clases y sujetos sociales, su actitud frente al Estado social autoritario, su proyección internacional, su recepción de la teoría y el pensamiento crítico cada vez más diverso, su concepción de la revolución y el cambio social y demás puntos de definición política. De ahí la explicación de su tendencia inmediata hacia la atomización, el sectarismo, el principismo, el dogmatismo, la ambivalencia, el distanciamiento de los amplios sectores de la sociedad y la marginalidad, pero también contra el corporativismo, la antidemocracia institucional o la cultura cerrada y a favor de su integración a los movimientos de masas.

11. Así, durante el decenio de los setenta y parte del de los ochenta, la izquierda avanzo en múltiples proyectos organizativos, más o menos aglutinados en dos grandes campos: la izquierda radical y social, y la izquierda reformista e institucionalizante (sin considerar en esta etapa a los sectores que aun permanecían atados al Estado y a su estructura corporativa). Además de una vertiente que por un tiempo limitado se orientaría hacia la lucha armada, a la guerrilla rural y urbana. En este periodo, el primero (1968-1988), los alcances llegarían hasta la integración de grandes movimientos sociales en formas de organización y de lucha más efectivos, tales como la insurgencia obrera, el sindicalismo independiente, las tomas de tierra y la organización campesina independiente del Estado, la constitución del movimiento urbano popular, los organismos de defensa de los presos y perseguidos políticos, la apertura de espacios culturales y comunicacionales, el impulso de proyectos universitarios democráticos, etcétera) y por otra parte hasta la incorporación de la izquierda en los procesos electorales y en los espacios parlamentarios, y más tarde en algunos gobiernos municipales, la presencia en ámbitos institucionales diversos, y la elaboración de perspectivas teóricas y políticas con mayor fundamento y precisión y con una correspondencia mayor con la realidad específica de nuestro país.

A partir de 1988 y sobre la base de las movilizaciones del 85, del 86-87 y de la ruptura al interior del partido oficial por parte de la corriente democrática, la campaña presidencial de Cárdenas y la conformación del PRD, con la suma de la mayoría de las organizaciones y militantes de la izquierda radical y de la izquierda reformista, se terminó la fase de construcción y definición política que le había permitido a esta opción ingresar con decisión en el tejido social del México contemporáneo, poner a prueba variadas propuestas de programa y estrategia, dirimir su conflicto con el pasado y abrir las puertas del futuro, reconocerse ideológicamente, entender sus limitaciones y potencialidades, resolver su entendimiento contradictorio con la democracia y la revolución, crear la base humana que forjaría el núcleo de la militancia partidaria y social, conceptualizar con mayor precisión la naturaleza del Estado mexicano y su significado en la historia nacional, y sentar las bases de resistencia y de mínima organicidad en el repliegue político e ideológico del pensamiento crítico y de las opciones de organización y participación popular en todo el mundo.

De esta manera, el surgimiento del PRD, a pesar de ese repliegue generalizado, logró dar lugar al apoyo orgánico más importante de la coyuntura para las luchas y experiencias de resistencia que continuaban a lo ancho y largo del territorio nacional en condiciones de aislamiento, localización y precariedad. Si bien los mayores esfuerzos del partido se concentraron en la defensa popular y en la movilización civil alrededor de las elecciones federales, estatales y municipales, en un principio no dejo de ligarse de una u otra manera con los movimientos sociales y en esa medida fue golpeado y reprimido por el gobierno salinista; sin embargo, poco a poco su fuerza social y las expectativas que levantó en amplios sectores del pueblo fueron siendo menguadas como resultado del enviciamiento de sus estruturas y procesos internos. En este contexto, la insurrección de los indígenas de Chiapas en 1994 y el surgimiento del EZLN, permitieron sufragar el déficit que el PRD comenzaba a generar en la relación con la sociedad civil y con la recuperación de la esperanza y la utopía; con lo cual la inserción de la izquierda en las vías institucionales, que sin duda le ha proporcionado buena parte de su actual legitimidad, cuando menos entre ciertos sectores, se complemento con la renovación ideológica y política del discurso y la acción de este sector de la izquierda y con la resistencia ampliada del pueblo de México a partir de la referencia zapatista.

La existencia de dos grandes proyectos políticos de la izquierda mexicana de fin de siglo, el zapatismo y el cardenismo, y de sus expresiones orgánicas, el EZLN y el PRD, que se articulan a muchas otras manifestaciones de lucha y organización de la sociedad civil, colocan a la sociedad mexicana ante la posibilidad de identificarse con esta opción crítica de pensamiento y acción social, posibilidad que difícilmente se materializará si no se superan los síntomas de desgaste de ambas alternativas. El cardenismo y el zapatismo contemporáneos agrupan en su seno, a veces de manera aun difusa y potencial, una serie de componentes políticos y culturales que recuperan con sentido prospectivo la identidad y la historia del México profundo, de ese pueblo y de ese proyecto que ha pervivido por siglos, en resistencia por construirse un camino propio en el contexto más amplio de un mundo y un universo que no le son necesariamente antagónicos, pero también incluyen los nuevos signos con los que los mexicanos viven y se entienden en su propia modernidad y con la expectativa de compartir el espacio y el tiempo abiertos que la actualidad y el mundo motivan. Contra lo que quisieran los dueños del poder, la izquierda mexicana dividida en estos dos proyectos no se asienta en el arcaísmo precolombino, la ilusión congelada de la revolución mexicana y los errores del pasado, sino que simplemente avizora un futuro deseable donde los trabajadores de nuestra nación se integran a una globalización democrática e incluyente con base en su propio protagonismo y en su personalidad específica, donde su historia ofrece sentidos incomparables para forjar destinos amplios y plurales. Por todo ello, la permanencia y el apuntalamiento de estos dos proyectos y la confluencia de sus esfuerzos, pueden ser la clave del último impulso de la izquierda en el nuevo tiempo mexicano, reto que será el eje de la tercera fase de su coyuntura moderna (2000-?), donde la apertura de horizontes y la consolidación orgánica parecieran sus principales objetivos.

El PRD en la coyuntura del 2000

12. Cualquier propósito de reestructuración o refundación del PRD debe comenzar con la reflexión acerca de sus orígenes y limitaciones históricas, ya que no es posible alcanzar un nivel de comprensión del desempeño contradictorio de su estructura partidaria y de su base militante y social sin la inclusión de estos elementos de fondo. Por lo tanto, al margen de las interpretaciones más puntuales que se puedan hacer sobre los diferentes segmentos políticos fundadores, lo cierto es que fueron tres grandes agrupamientos ideológicos y políticos los que convergieron en la formación y desarrollo del PRD: a) las corrientes del nacionalismo revolucionario desprendidas del PRI y las organizaciones partidarias, sociales y profesionales que gravitaban a su alrededor, b) el conjunto de la izquierda independiente que aun se adscribía a los dos campos diferenciados en su seno (la izquierda radical y social, antes llamada revolucionaria, y la izquierda reformista e institucionalizante, casi acuerpada en su totalidad en el PMS), y c) ese sector disperso y en buena medida individualizado que en algunos casos por primera vez se integraron a una opción organizativa, constituida por intelectuales, académicos, artistas, pequeños núcleos culturales y sociales, funcionarios sin partido, jóvenes, mujeres, grupos de expresión de las minorías, extensionistas y gestores sociales, y ciudadanos comunes).

Así, el PRD surgió como un proyecto lleno de incongruencias y ambigüedades que, al mismo tiempo que facilitó la incorporación de lo diverso, provocó la inconsistencia política tanto en su programa y su estrategia como en su práctica real y en su organización interna. Desde un principio se gestaron muchos de los defectos y vicios que hoy limitan su proyección social, tales como el autoritarismo y la ausencia de una verdadera cultura democrática (característica que no solamente provenía de las tradiciones priistas, sino que también había sido alimentada en el pasado por todas las expresiones de la izquierda); el burocratismo que acompañó al salto numérico y al posicionamiento del partido en los espacios institucionales; el corporativismo y el clientelismo que igualmente procrearon en el pasado tanto el modelo priista como las prácticas de la izquierda independiente; la despolitización y la falta de formación que ya arrastraban consigo los contingentes ciudadanos, la debilidad del programa original y los subsiguientes en todos los terrenos, al mezclarse las incompatibilidades ideológicas y políticas de sus fundadores y la carencia de un análisis profundo y actualizado de la realidad mexicana en transición; la inexistencia de una vida institucional interna y la imposición de los intereses sectarios de grupo (más que de verdaderas corrientes) por adueñarse de cuotas de poder, y con ello el caudillismo, el caciquismo y la consolidación de una nomenclatura alejada de las bases; o el encadenamiento a los proceso electorales y en consecuencia el descuido de las luchas sociales.

Estas insuficiencias del partido hicieron desistir de su membresía a importantes núcleos de militantes e individuos, alejaron de su campo de acción a movimientos y sectores sociales significativos, y sentaron las bases para el despliegue en su seno del pragmatismo y la conciliación política con segmentos del poder institucionalizado por encima de la relación democrática con la sociedad mexicana. Esto intervino de manera destacada en el retroceso electoral relativo de 1991 y 1994 e hizo que, en el mejor de los casos, buena parte de la sociedad civil y de los sectores populares se volcaran hacia el zapatismo y la lucha de los indígenas de Chiapas, pero en otros simplemente se abonara el marasmo de la ciudadanía o se empujara a una fracción de luchadores sociales hacia la radicalización estéril y vulnerable a la infiltración de los organismos de inteligencia y de control político del Estado.

13. La etapa más restringida dentro del periodo analizado que va de 1997 al 2000, exige tomar en consideración la importancia que tenía para el régimen político y para la estrategia continental de los Estados Unidos, el desmantelamiento del peligro de un triunfo del PRD y de la izquierda mexicana ya fuera por su cuenta o en alianza con otras expresiones de la oposición. En efecto, la conquista por parte de Cárdenas y del PRD del fundamental bastión de la Ciudad de México en 1997 y del crecimiento de sus legisladores y de sus gobiernos estatales y municipales, junto con el errático pero constante proceso de acercamiento y apoyo de la sociedad civil con el zapatismo y la lucha indígena, y los movimientos sectoriales que ya se gestaban, como en el ejemplo de los estudiantes de la UNAM, creó una expectativa real y probable de derrocamiento del sistema político por la izquierda, y de expansión de la participación organizada del pueblo mexicano en la vida política. Ante lo cual, la estrategia del poder se planificó en términos globales, convocando al concurso de todas las fuerzas de la derecha y del capital, como son el partido oficial y el aparato del Estado, el PAN, los grandes medios de información masiva, la alta jerarquía de las iglesias, los organismos fundamentalistas, los representantes de las corporaciones nacionales y transnacionales, los intelectuales derechizados, etcétera. Estrategia que ha quedado oculta en la más aparente que real confrontación entre la Alianza por el cambio encabezada por el PAN y el PRI, ya que lo que se puede observar es una coalición de fondo entre los sectores tecnocráticos y modernizados del gobierno y del partido oficial, con los nuevos protagonistas del impulso neoliberal ubicados fuera del aparato corporativo del PRI-gobierno.

Como señalamos arriba, los resultados del 2 de julio han demostrado la eficacia de esta estrategia, pero también el impacto de las inconsistencias y los vicios del PRD, acentuados por la dinámica de movilización de los sectores sociales mencionados y de su distanciamiento respecto del partido del sol amarillo. No obstante que las repercusiones son casi devastadoras en algunos campos, ello no entierra las causas más profundas de la inconformidad y la resistencia de amplios sectores del pueblo de México, lo que hará que próximamente se despeje la coyuntura política del hálito de credibilidad en Fox y su partido, para que resurjan las tensiones sociales y la posibilidad de articulación de las distintas luchas sociales del nuevo tiempo mexicano.

14. La reestructuración o refundación del PRD implica, entre otras cosas, la recuperación del espíritu con el que la izquierda mexicana se forjó en las últimas tres décadas y la asimilación crítica y autocrítica del transcurso de la etapa reciente de su vida como proyecto autónomo. Esto es, que sus instrumentos fundamentales de intervención política se preparen para actuar en los nuevos escenarios de la coyuntura mexicana con un sentido de alternatividad y viabilidad en correspondencia con las esperanzas y la participación consciente de los conglomerados populares. En consecuencia, el programa, la estrategia y la normatividad del funcionamiento interno del partido deben ser revisados a cabalidad y con base en la confrontación rigurosa con los indicadores de la realidad concreta, donde más que pretender que el mundo real se detenga en la superficie de nuestro voluntarismo o en los simulacros de un teoricismo positivista, tendríamos que abrir nuestro razonamiento a la dialéctica con la que se concilia la historia y la utopía, con la que se articulan las intencionalidades, los procesos y las estructuras, con la que se relacionan los sujetos y su contexto.

Así, la perspectiva de un nuevo desarrollo del PRD tiene que cimentarse en el aprendizaje que el conjunto de la izquierda mexicana le debe a su tiempo y a su pueblo; debe estar sostenida sobre la base de un análisis introspectivo que ayude a arreglar cuentas con su incongruencia y a delimitar sus aciertos y su papel histórico. Un reordenamiento desde sus cimientos le impone a la militancia del PRD no cejar en el reconocimiento de sus limitaciones estructurales como manifestación de una cultura acendrada en lo más profundo del ser nacional, caracterizada por el paradójico absurdo de desear el bien y procrear el mal, de aproximarse a la práctica democrática y al mismo tiempo contemporizar con el autoritarismo y la intolerancia, de anhelar la participación masiva del pueblo y aherrojar a las bases del partido a la exclusión o el clientelismo, de impugnar el imperialismo cultural y contrarrestar la conciencia libre de sus integrantes y sus simpatizantes con la imposición cupular.

Por consiguiente, el programa del PRD debe retomar las dos principales banderas de nuestro pueblo en el nuevo tiempo mexicano: la democracia plena de la vida social y política, y el diseño y el desarrollo integral de un proyecto de nación alternativo con la participación de la ciudadanía y la sociedad civil organizada. Estas dos demandas requieren ser acotadas y proyectadas sin dejar de tomar en cuenta las necesidades y las esperanzas de la gente, pero también las restricciones del contexto, de tal manera que la imaginación y la audacia sean dirigidas por una estrategia de acción que potencialice las capacidades de un pueblo vivo y con sentido de su historia. Entonces, las reformas puntuales que deben impulsarse no deben caer en el sustitucionismo de la acción directa de los ciudadanos por parte del Estado o del partido, ni deben abundar en la despolitización del espacio público, sino que es necesario armonizar el fin con los medios, hacer de la democracia no sólo un objetivo terminal o un rasgo de las instituciones, sino una forma de la cultura, un modo de vida, un método del trabajo político, una conciencia libre de cada persona e inclusive un placer deseable y vivible para todos; y en el mismo sentido, el bienestar y el mejoramiento de la calidad de vida de los mexicanos, no debe ser encadenado a la pérdida de sus derechos de autogestión y autogobierno, o a la deshumanización y alienación de su vida cotidiana y del espectro ético de su conciencia; el desarrollo económico no sólo debe contemplarse en términos de sustentabilidad integral, sino que hay que empujarlo hacia la racionalización y la inteligencia del consumo y el intercambio, hacia la protección de las comunidades, las microrregiones, la multiculturalidad y las identidades restringidas y diversas, hacia el respeto de la alteridad en la definición de prioridades, hacia la conciliación discriminada de la soberanía nacional y los intereses populares con el contexto de globalización.

Con este fin, la estrategia del partido debe sopesar los requerimientos de la consecusión de los objetivos y las metas de gobierno y del desarrollo nacional en términos de la conquista de la conciencia, la voluntad y la acción organizada de la sociedad. Es decir, que la estrategia no sólo debe velar por la eficiencia de las acciones y el alcance de los resultados esperados, sino que debe asumirse como expresión del proceso necesario de transformación de la realidad mediante la transformación de los hombres y las mujeres que la constituyen; o, de otra forma, los elementos estratégicos (y tácticos) hacen converger la planeación y el desempeño de los actores con la proyección individual y colectiva de su conciencia y su libertad. De nada serviría que la estrategia de un proyecto partidario alternativo se rigiera por el realismo político y el frío cálculo de los factores objetivos, ya que los medios son el fin simultáneamente, es decir, que son los hombres que ejercen su práctica los destinatarios del bien subjetivo que implica la realización de un propósito a través de su propia actuación consciente. Por ello, la estrategia del PRD debe encausarce primordialmente hacia la liberación de la conciencia popular de las ataduras de la ideología dominante y hacia la construcción de una cultura abierta que permee todas las fibras del tejido social, para así sostener en ella una oleada organizada de resistencia del mundo del trabajo contra el neoliberalismo y una opción política que permita disputar el poder y no sólo los espacios institucionales y electorales.

Finalmente, el PRD en reestructuración debe abandonar radicalmente la ausencia de un acatamiento de las normas libre y democráticamente establecidas para la convivencia interna y la toma de decisiones, ya que este problema no sólo desalienta la incorporación o permanencia de la militancia, sino que repercute, por un lado, en una evidente incongruencia de quienes promueven la ampliación de las formas y contenidos democráticos en la organización de la sociedad y de su gobierno, y concurrentemente practican lo contrario en su vida interior, y por otro en una deficiente acción política toda vez que el convencimiento real de los miembros se diluye ante la presión de los métodos antidemocráticos sobre sus actos de partido. Sin una cultura democrática plasmada en una vida institucional que integre y active al conjunto de su militancia, no será posible desplazar los vicios del clientelismo, el caudillismo, las negociaciones facciosas, las determinaciones cupulares, el burocratismo y demás. Sólo con el ejemplo en el espacio propio de la vida del partido se puede proyectar una confianza y una seguridad ante la sociedad, las incongruencias flagrantes del funcionamiento interno solamente prodigarán desencantos y distanciamientos entre las mujeres y hombres que son la meta final de todo proyecto alternativo.

Si bien la refundación o reestructuración del PRD se halla estrechamente vinculada a una reorientación del futuro de la izquierda en el nuevo tiempo mexicano, en la coyuntura del fin de siglo para nuestra nación, y en consecuencia involucra una revisión crítica del programa, la estrategia y los estatutos del partido, lo más importante no radica en los ajustes formales e instrumentales, sino en la apertura de procesos incluyentes donde se construya una línea de definiciones políticas que refuercen la identidad y la acción de esta opción de pensamiento y de vida, que más necesaria se vuelve al encontrarnos en el ocaso del siglo veinte con el resurgimiento de un conservadurismo autoritario aliado al neoliberalismo tecnocrático en nuestro suelo, con lo que la izquierda mexicana se reencuentra otra vez con su sino, con su ir y venir entre la historia y la utopía.

Julio del 2000

Entre la historia y la utopía

El mundo cambia aceleradamente,
la vida parece volverse más efímera y más incomoda que nunca,
el malestar causado por la violencia con que se imponen las ideas y las políticas neoliberales
se convierte en una forma de existencia difícil de sobrellevar y superar,
la condición de excluidos que nos endilga la globalización
a la mayoría de quienes poblamos este planeta resulta insoportable.

Por otro lado, las esperanzas que alimentaron a generaciones en el pasado
reciente se han debilitado
y el desencanto se ha apoderado de nuestra capacidad de asombro
y ha hecho de nuestros sueños un conjunto de creencias vanas;
los grandes proyectos de transformación han fracasado en su mayoría,
la idea falsa de un socialismo realmente existente se derrumbó estrepitosamente, no ahora sino desde hace muchas décadas,
y hoy se destacan los errores y se pierde la memoria de las acciones heroicas y de la sinceridad y generosidad humanas;
la palabra revolución, así como muchas otras, no parece proclamar verdades ni convoca fácilmente nuestras ilusiones,
valores como los de justicia, libertad, igualdad, parecen fantasías ingenuas ante la energía de los hechos que nos rodean todos los días;
nuestro canto no se escucha,
nuestra voz se vuelve irreconocible hasta para nosotros mismos.

Pero al mismo tiempo,
en las maravillosas raíces de nuestra tierra llena de historia
y en los rincones polvosos de la geografía cotidiana
donde sufrimos y amamos las mujeres y los hombres que damos vida a esta atormentada nación,
se gestan y se desarrollan pequeñas y grandes batallas por hacer valer el derecho de todos a ser en este tiempo,
una lucha a veces sorda a veces estridente
por evitar que la dignidad se pierda en la inmensidad del poder que nos encadena,
por impedir que nos hundamos en el laberinto interminable de nuestra desazón y de nuestro sufrimiento.

Contra la equivocada utopía de quienes nos explotan y nos oprimen,
nuestro pueblo no está muerto, no está rendido,
no se ha abandonado al odio y al olvido,
sólo sufre silenciosamente y espera y se presta a renacer y a recuperar su voz y su canto,
a volver la historia su historia,
a entregar el para todos todo,
a dignificar el nada para nosotros,
a guiar estas tierras por una nueva felicidad,
a volver la vida diaria una fiesta de amor, un sueño encantado,
a reconstruir nuestra humanidad postergada.

Los ricos, los poderosos, quisieron quitarnos la vida,
nos arrebataron nuestros sueños,
ocultaron nuestra historia,
oprimieron las heridas que nos prodigaron por siglos,
confundieron nuestra identidad,
pisotearon nuestra dignidad e intentaron que hiciéramos lo mismo,
nos engañaron y aun nos piden creer en sus mentiras,
nos quieren olvidados en nuestro propio corazón y en nuestro pensamiento, intercambiaron sus risas y sus burlas con nuestro dolor,
llamaron error y arcaísmo a nuestro orgullo y al sentido profundo de nuestra existencia;
todo eso, sí, hasta que resonó en la selva un ¡Basta!,
hasta que en el campo y en la ciudad concluyó la cautela,
hasta que decidimos frente al poder injusto la defensa de los derechos humanos,
hasta que la gente se organizó en las colonias, los ejidos, las escuelas,
en la independencia de las formas del Estado,
hasta que volvimos a rastrear los signos de nuestra música, de nuestras
creencias, de nuestro arte.

Sí, hoy se levanta nuestro pueblo, sin ruidosas aureolas de combate,
sin lustrosos discursos, sin pretensiones inauténticas,
sin sumisión encantada hacia aparatos partidarios tradicionales y políticos profesionales;
no tiene certezas sino la de su dignidad,
no hay claridad sobre el futuro de sus acciones pero sí sobre el peso de su presente,
su pasado se le ofrece como una intuición más que como una explicación acabada,
y en su modesto hacer y en sus ilusiones contenidas convoca a sus hermanos a estrechar esfuerzos,
concita a sumar voluntades, a combinar habilidades,
clama a los suyos a encaminarnos juntos en la a veces ancha a veces estrecha avenida de la lucha común
y a dirigirnos al tiempo y al espacio que siempre fue nuestro.

Por ello, algunos deseamos decir todos los días,
como lo dice una hermosa canción (Mercedes Sosa/León Gieco):
Sólo le pido a dios, sólo pidámonos a nosotros mismos, que el dolor no me sea indiferente,
que no nos sea lo injusto, la guerra, el engaño, el futuro, indiferente.
Si tan sólo nos organizáramos para actuar.

Arturo Ramos

From: Arturo Ramos arturo@apolo.acatlan.unam.mx
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